Congreso a 5000 metros de altura
Había empezado con mucha fuerza la ascensión, pero después de casi cuatro horas viendo exclusivamente el continuo movimiento de la mochila de mi compañera, empecé a desanimarme. El congreso iba a ser la hostia, o al menos eso nos habían dicho, por lo que decidimos asistir la mayoría del equipo. Eso sí, nadie nos advirtió de que sería en una cordillera perdida de Marruecos a más de 5000 metros de altura, y mucho menos de que tendríamos que llegar hasta el lugar de celebración andando. ‘Una bonita ascensión’, nos habían dicho.
Los dos marroquíes que nos guiaban nos jaleaban y animaban, evidenciando de este modo que la moral del grupo empezaba a decaer. Después de una rampa muy dura, algunas personas pidieron un pequeño descanso. Los guías nos dijeron que mejor dentro de unos poco minutos, que no faltaba casi nada para llegar a un punto estratégico de la ascensión, a partir del cual la travesía se suavizaba de manera significativa. Muchas y muchos pensamos que nos lo decían solo para que nuestros casi rotos corazones albergaran algo de la esperanza que tuvimos al empezar la ascensión. Que ese punto estratégico no existía, y que después de una rampa vendría otra, y así sucesivamente. Como las personas que querían detenerse eran menos que las que querían continuar, seguimos subiendo con nuestro ritmo cansino. Para sorpresa de todo el equipo, después de 15 minutos llegamos al punto mencionado por los guías: una explanada inmensa cubierta de hierba. La vista desde allí era espectacular: cordilleras enormes a ambos lados delimitaban el inmenso valle en el que nos encontrábamos. Al fondo, abajo del todo, podía atisbarse la ciudad desde la que habíamos partido, y desde allí, siguiendo con la vista casi podía reconstruirse paso a paso el camino que habíamos realizado. Era como ver representado a las mil maravillas en una miniatura el sinfín de cuestas, recovecos y giros que componían el camino. ‘El esfuerzo ha merecido la pena’, me dije, aunque solo sea por estas vistas.
Una vez en el lugar del congreso nos dieron habitaciones comunales, muy grandes, llenas de literas. Empezamos a deshacer las mochilas y a preparar las cosas para el día siguiente. Alguien preguntó, ¿se me habrá doblado el traje? Y alguien respondió: ‘Pues seguro, porque lo has traído en una mochila’. Tras un segundo mirándonos sin entender muy bien, empezamos a reírnos a carcajada suelta. Las preguntas cuya respuesta es totalmente obvia pueden ser estúpidas, pero muchas veces también son una forma espléndida de quitarse la tensión acumulada, sobre todo después de un duro día en la montaña. Después de reírnos a gusto durante un buen rato, algunas personas fueron a ducharse y otras nos quedamos en la habitación. Recuerdo que alguien me preguntó: ‘¿Tienes la presentación hoy, verdad?’ Y yo respondí: ‘No, ni de coña. Es imposible que sea hoy. Hoy es miércoles y el congreso empieza el jueves.’ ‘Ah, es cierto. Me he liado’, me contestó él. Sentí alivio por no tener que presentar ese mismo día, más que otra cosa por el cansancio que llevaba encima. Miré el programa del congreso para cerciorarme de cuándo me tocaba exponer. El jueves en la sesión de mañana. Habría estado bien haber tenido unos días entre medias para poder ensayar la presentación, pero la verdad es que me daba igual. Como si fuera ahora mismo.