10
Abr
Off

Partida del muelle

Estoy en un muelle. Me acompañan mi familia, mi padre, mi madre, mi hermana y mi pareja. No sé muy bien por qué estamos en el muelle, pero tenemos que tomar un barco para ir a una isla. El barco llega y nos montamos en él. Conforme deja el muelle puedo apreciar algo extraño, no estamos en mar abierto. Estamos avanzando por una especie de canal o corredor artificial de unos 40 o 50 metros de ancho. A los dos lados construcciones diversas configuran de manera desordenada este canal: carpas, estadios, centros comerciales, incluso desvíos de carretera que surgen justo al lado del canal sin entrar en contacto con el agua, como si las leyes de la física no importaran en absoluto.

Cuando hemos avanzado un tramo el canal se acaba y el mar se abre. Poco a poco, con paso lento, llegamos a la isla. No es muy grande y solo hay una construcción en ella. Su planta rectangular, distribuida en dos módulos, y sus ladrillos marrones rojizos me recuerdan a esas instituciones mentales que tanto aparecen en las películas de terror. Con algo de temor por el decrépito y cuasi-tétrico semblante del edificio, me adentro en él acompañado por mi familia. Subimos por las escaleras hasta el tercer piso, o quizá el cuarto. Quizá sea el segundo. No podría decirlo. De lo único que estoy seguro es de que subimos por las escaleras centrales del edificio. Al avanzar por las escaleras observo que el interior del edificio confirma mis sospechas de decrepitud antes achacadas al observar su fachada: mucho polvo por todos sitios, mobiliario muy viejo, rincones en los que los muebles no se han movido en centurias, dan al interior un aspecto de abandono casi agobiante. Sin embargo, el edificio nada tiene que ver con una institución mental. Parece más bien un instituto dedicado a algún tema de estudio, posiblemente a algo relacionado con el mar. Llegamos a una sala y allí nos recibe alguien, una mujer con el pelo blanco y brillantes pendientes de oro.

Al tiempo salimos de la sala y bajamos por las escaleras. No sé lo que nos han dicho en esa sala, pero mi hermana está enfadada, se queja de algo injusto que ha sucedido. Empieza a hablar muy alto, gesticulando airadamente. Todos le decimos que baje el volumen, que este no es un sitio donde pueda hablarse así. Ella hace caso omiso y sigue hablando de la misma manera. Tenemos que ponernos duros y ordenarle que baje el volumen ya que la gente de la institución empieza a mirarnos mal. Salimos al exterior y cuando nos disponemos a volver al muelle caemos en la cuenta de que tendremos que volver a nado. El muelle no está lejos –casi una milla y media– pensamos, y nos decidimos a echarnos al agua y empezar a nadar para volver. Justo antes de ello, no recuerdo quién, posiblemente mi padre, dice que es una locura volver a nado al muelle. No duda que pudiéramos conseguirlo, pero es suficiente distancia como para poder suponer un problema.

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