La Jerarquía de los Sentidos
Tradicionalmente, se ha pensado que no atribuimos belleza a los productos de artes como la gastronomía o la perfumería en el mismo sentido en el que atribuimos belleza a obras de arte como pinturas, esculturas u obras musicales. La fundamentación de esta idea, que se remonta a la Grecia antigua, tiene que ver con una distinción entre dos tipos de sentidos muy diferentes: los sentidos superiores, la vista y el oído, y los sentidos inferiores, el tacto, el olfato y el sentido del gusto. Por ejemplo, Platón en Fedón 65b dice: “Quiero decir, por ejemplo, lo siguiente: ¿acaso garantizan alguna verdad la vista y el oído a los humanos, o sucede lo que incluso los poetas nos repiten de continuo, que no oímos nada preciso ni lo vemos? Aunque, si estos sentidos del cuerpo no son exactos ni claros, mal lo serán los otros. Pues todos son inferiores a ésos.”
Esta diferencia entre dos tipos de sentidos, unos superiores y otros inferiores, se basa a su vez en una diferencia entre la inmediatez o cercanía de sus objetos de percepción. Cuando vemos u oímos algo, el objeto percibido, ya sea este una pintura en un museo o algo que alguien nos dice, existe una separación entre el objeto que se percibe y el sujeto que lo percibe. Podría decirse que la interacción es a distancia. Sin embargo, cuando saboreamos o tocamos algo, necesitamos estar en contacto directo con aquello que percibimos. El olfato es ciertamente un caso especial. Podemos oler cosas a distancia pero cuanta mayor sea la cercanía mejor podemos percibirlo. Por todo esto, se dice que los sentidos superiores, al ser su objeto de percepción externo al propio cuerpo del sujeto que percibe, son de naturaleza intelectual y, por lo tanto, son capaces de producir conocimiento fiable, objetivo. Sin embargo, en el caso de los sentidos inferiores, ya que su objeto de percepción tiene un carácter interno, se dice que son de naturaleza corporal, y por lo tanto que solo producen conocimiento subjetivo.
Esta distinción entre sentidos superiores e inferiores sirvió para trazar otra distinción importante: aquella entre lo bello, que solo puede ser percibido por la vista y el oído, y lo agradable, que puede ser percibido por el tacto, el olfato y el sentido del gusto. Esta distinción ha marcado de manera directa las distintas relaciones entre la estética, donde la reflexión sobre el valor de obras de arte producidas en campos como la pintura, la literatura, la escultura o la composición musical puede llevarnos al conocimiento de lo que es bello de manera universal, y otros campos como la gastronomía o la perfumería, donde la reflexión sobre el valor de las obras producidas en dichos campos solo puede permitirnos conocer qué es agradable para uno mismo.