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Nov
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La muñeca y el club de campo

Bajamos del autobús. Al final hemos conseguido juntarnos siete personas para la excursión; no está mal. Ni mucho ni poco, pienso. No será un evento para recordar, pero tampoco será una de esas reuniones incómodas de dos o tres personas. A algunas de las personas las conozco más, a otras menos. Lentamente, y de manera poco organizada, el grupo comienza a andar rumbo al sitio de la excursión. Yo me coloco atrás; la gente que va delante conversa animadamente.

Siento algo extraño detrás de mí, lejos en la distancia. Se lo comunico al grupo. Todos se vuelven y empiezan a mirar en todas direcciones. Alguien dice: allí a lo lejos, hay una muñeca andando que se dirige hacia nosotros. Miro hacia donde indica la persona, pero no veo nada. Agudizo la mirada; ahora sí puedo verla. Es una muñeca antigua, de porcelana, vestida con un traje blanco de punto decorado con cintas de seda color azul celeste. Aunque está muy lejos, puedo ver que efectivamente avanza hacia nosotros. De repente, la muñeca empieza a hacerse más grande con cada paso que da. Una sensación de terror me invade; empiezo a ver borroso. La muñeca continúa avanzando y haciéndose más grande con cada uno de sus ensordecedores pasos. ¡BUM! ¡BUM! ¡BUM!

– Rápido; tenemos que huir, dice alguien.

– A este paso va a alcanzarnos, dice otra persona.

Echamos a correr sin mirar atrás; los pasos siguen oyéndose, estremeciéndonos. ¡BUM! ¡BUM! ¡BUM! Miro a mis compañeros. Las caras de angustia hablan por sí solas. Con gran esfuerzo, y después de unos minutos, logramos dejar a la muñeca atrás. Sus pasos ya no se oyen. Llegamos a la entrada de un edificio de ladrillos marrones y nos refugiamos dentro.

En el vestíbulo hay varias personas. Parece que este era el sitio al que nos dirigíamos porque una de ellas nos recibe y nos indica que ya podemos iniciar la visita. Nos juntamos y pasamos por una gran puerta doble de madera. La sala en la que entramos está a oscuras salvo por la luz de varias velas repartidas estratégicamente por la habitación. Candelabros, lámparas antiguas, libros viejos en muebles de madera con mucho polvo, y cuadros de retratos de lo que tuvieron que ser ilustres personas configuran el escaso mobiliario de la habitación. Esto parece una película de terror, pienso.

– ¿Es uno de esos espectáculos de terror?, pregunto.

– Por la decoración diría que sí, me contesta otra persona.

Avanzamos por la sala, inspeccionando algunos de los libros y retratos. Todo parece demasiado real, como si hiciera muchos años que nadie ha entrado en la habitación. Nos paramos ante un grimorio que está en un atril, abierto por la mitad. Empezamos a inspeccionarlo, pasando páginas para ver el contenido. Solo podemos ver textos que no comprendemos y extraños símbolos sin aparente significado. Al pasar la mano por una de las páginas, un símbolo en forma de círculo se ilumina en fuego en la pared que tenemos en frente. Comenzamos a oír ruidos extraños que no alcanzamos a identificar.

– Creo que hemos activado algo, dice alguien.

– ¿Qué tenemos que hacer ahora? Esto no me gusta.

Nos miramos, nerviosos. Miramos al grimorio, luego al símbolo. Sigue igual, iluminado por el fuego brillante. Alguien se acerca al símbolo para observarlo mejor. Es un círculo con espinas atravesado por dos rayos, de arriba abajo y de izquierda a derecha. Lentamente, acerca la mano al símbolo y podemos sentir un rumor debajo de nosotros.  ¡CLICK!, podemos oír. De repente, el suelo empieza a temblar y algunas de las baldosas del suelo empiezan a hundirse.

– Rápido, hay que salir de aquí.

– Corred, corred, dice alguien dirigiéndose a las personas que están más alejadas.

Corremos hacia la puerta que se encuentra en el extremo opuesto por donde hemos entrado. Una alta puerta de hierro, aparentemente muy pesada se alza ante nosotros. Empujamos. Pesa mucho. No podemos moverla. Las personas que estaban al otro lado de la habitación llegan y nos ayudan a empujar. Miro hacia atrás. De los sitios donde se han hundido las baldosas sale fuego y está empezando a fluir por el suelo. En breve nos alcanzará. Empujamos con más fuerza y al final podemos abrir una pequeña abertura en la puerta. Pasamos uno a uno y cerramos. A salvo, pienso. Me vuelvo y lo que veo me sorprende: un comedor larguísimo con enormes cristaleras a un lado. Está lleno de gente disfrutando de la comida, distribuida en diversas mesas. Los camareros y camareras van de un lado a otro, ajetreados por el incesante trabajo. El murmullo es casi ensordecedor. Cierto, pienso, estamos en el club de campo.

Fuente de imagen original: enlace.

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