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Los 7 Pecados de Gea: Cap. II. Xenia

Parte 3 de 8 (véase 2 de 8 aquí)

El viaje de Eva no había hecho mas que empezar. Y veinte mil años más tarde volvió a sentir el flujo del destino.

Los neandertales ya habían desaparecido. Las temperaturas de Europa habían bajado aún más, y la tundra dominaba las vastas llanuras que se extendían desde Gran Bretaña hasta Kazajistán, salvo por pequeños bosques de abedules y sauces.

Xenia nació cuando la primavera ya estaba llegando a su fin. La nieve invernal aún rodeaba el campamento formando un fango sucio y espeso. El fuego de la hoguera iluminaba su pequeña y redonda cabaña de huesos de Mamut, desprendiendo un olor nauseabundo. Los árboles habían sido quemados y solo podían alimentar sus hogueras con huesos mientras las pieles de bisonte que tapaban los dos colmillos que hacían de puerta los protegían del frío exterior. El campamento estaba situado cerca de un río que los bisontes estaban obligados a atravesar para alcanzar sus pastos de verano, y los cazadores aprovechaban la situación para cazarlos con sus avanzadas lanzas de sílex.

La horda cambiaba varias veces de campamento durante el verano siguiendo las manadas migratorias. Tenían que acumular grasa para el duro invierno. Con este continuo movimiento los débiles se quedaban atrás, abandonados a su suerte, y las mujeres sólo podían concebir de nuevo cuando sus hijos eran lo suficientemente fuertes para seguir por sí mismos el paso de la horda.

Xenia era una niña precoz. Pasó su infancia ayudando a su madre en la organización del campamento, y en ocasiones le permitían acompañar a su padre en sus cacerías de asnos salvajes. Le ayudaba despellejando y cortando la carne, y esperaba impaciente encontrarse con los miembros de las otras hordas, algo bastante común en aquellos tiempos. Deseaba fervientemente hablar con ellos sobre el tiempo, la caza y los asuntos familiares. En ocasiones algún joven les acompañaba de vuelta al campamento, y todos los miembros de la horda mostraban interés en el nuevo huésped.

Su primer embarazo fue difícil. Su abdomen se estaba haciendo demasiado grande y empezaba a tener dificultades para moverse, y aunque todavía estaban en el campamento de verano, y tenía suficiente tiempo para dar a luz, el problema era otro. Su madre y las mujeres de la horda, que eran las encargadas de todo lo relacionado con el parto y la crianza, se dieron cuenta de que Xenia iba a tener dos hijos. Teniendo en cuenta que criar y transportar a un niño ya era bastante difícil, hacerlo con dos sería terrible. Ellas tenían claro que había que cumplir las normas establecidas para estos casos, matar al más pequeño de los gemelos al nacer, quemar su cuerpo y esconderlo. Así es como siempre se procedía, a no ser que alguna de las mujeres de la horda se encontrase en el período de lactancia y hubiese perdido a su hijo. Pero ese no era el caso. Xenia desconocía completamente lo que estaba sucediendo, y su madre no tuvo otra opción que comentárselo a su padre, era poco común que una mujer hiciese algo semejante. Los hombres nunca se involucraban en este tipo de asuntos. Y este, faltando a la costumbre, le habló del problema a un cazador de otra horda, que había conocido en la tundra durante una de sus expediciones, y del que sabía que tenía una hija de la edad de Xenia que acababa de tener un niño pequeño y débil, y esperaban que no fuese capaz de sobrevivir mucho tiempo.

Esa misma noche Xenia dio a luz a dos gemelas, y se vio obligada a despedirse de una de ellas para siempre. Las estrechó entre sus brazos un instante antes de que su madre se llevase a una de ellas envolviéndola en una suave piel de conejo. Su padre salió de inmediato hacia la otra horda, y viajó toda la noche atormentado. Era posible que el niño hubiese sobrevivido, o que la madre tras su muerte no quisiese al hijo de una mujer extraña. En tal caso, él tendría que matar a la niña con sus propias manos. Llegó por la mañana, hacía dos días que el niño había muerto, se acercó a la madre desconsolada con la pequeña en las manos y se la tendió con duda, esperando una reacción. Ella la miró un instante y sonrió.

De este modo las dos hijas de Xenia pudieron sobrevivir y sus descendientes se desplegaron por toda Europa, prosperaron tanto que algunos llegaron hasta Asia y se incorporaron a las migraciones que se dirigían a poblar las Américas.

Continúa: Cap. III. Helena

(Zaragoza, 2005)

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