No Mires, Escucha
El sol, casi en su zenit, era aplastante, pero nosotros seguíamos andando. La muralla era transitable, algo que no habíamos visto muy a menudo, y lo suficientemente ancha como para permitir un flujo constante de mercaderes y carromatos. Las pieles, las especias y la cerámica parecían ser los objetos estrella de algún mercado que sería el punto de destino de todos esos mercaderes. Sería bonito verlo, pensamos, pero ese no era nuestro destino. Así que seguimos avanzando. Pasamos una puerta flanqueada con dos manos enfrentadas, o quizá fueran dos garras. Se juntaban en el punto más alto de la puerta formando una especie de óvalo parecido a un ojo vigilante. Pasamos bajo la puerta dominada por el ojo con la agitada muchedumbre y seguimos avanzando hasta llegar a otra puerta similar. La atravesamos y seguimos avanzando. El calor era insoportable pero algo nos empujaba a seguir avanzando.
Los mercaderes y los carromatos desaparecieron de repente. Ya no quedaba ninguno cerca de nosotros. Ahora solo podía verse alguna persona andando sola. Al mirar alrededor, pudimos observar cómo la muralla cambiaba en este punto. Una multitud de plantas y arbustos, entrelazados en mayor o menor medida, empezó a aparecer por los bordes de la muralla. No se sabía si era una decoración obra de la mano del hombre, o si la muralla había sido abandonada a su suerte y devorada poco a poco por estos seres vegetales. Sea como fuere, esto nos produjo una sensación de alivio. La visión constante de esos ladrillos marrones rojizos había llegado a hacer mella en nosotros. Pasado un tiempo, llegamos a un punto en el que la muralla descendía en una curva hacia la derecha. En este punto la vegetación empezaba a ser muy abundante. Nos paramos para observar la vista, y al hacerlo pudimos apreciar que a unos doscientos metros la muralla se cortaba. Un agujero de unos cinco o seis metros dividía la muralla en dos y hacía imposible seguir avanzando por ella. De hecho, parecía como si la vegetación fuera la responsable ya que podía verse cómo afloraba del suelo en el punto en el que la muralla se rompía. De repente vimos que una mujer se acercaba al borde, se paraba, miraba hacia abajo, y saltaba al vacío. Gritamos horrorizados desde donde nos encontrábamos. Mi compañera salió corriendo en auxilio de la mujer. Descendió a toda prisa, llegó hasta el borde y miró hacia abajo. Tras un tiempo sin moverse, le grité qué pasaba, pero no obtuve respuesta. Empecé a ponerme nervioso ya que no entendía en qué podía estar pensando o qué podía estar haciendo. Sin responderme, mi compañera saltó al igual que lo hiciera la mujer. El temor y la incomprensión empezaron a entremezclarse dejando en mí un sentimiento que apenas llegaba a comprender. Con cierto miedo empecé a descender hacia el agujero temiendo ver en el fondo a las dos mujeres aplastadas por la caída.
Al llegar al borde, me asomé y solo vi negrura. ‘Es tan profundo que ni siquiera se ve el fondo’, me dije. La tristeza me invadió poco a poco debido a la pérdida. Sin embargo, al levantar la mirada pude ver una pequeña placa dorada incrustada en el muro que decía: ‘ESCUCHA’. Hice oído y poco a poco empezaron a llegarme sonidos de risas y chapoteos, lejanos y confusos al principio, pero más nítidos a medida que me concentraba en captarlos. Tras un rato escuchando estos sonidos, no me quedó ninguna duda de que allí abajo había gente. Aferrándome a este pensamiento, yo también salté. Los primeros cinco segundos de caída transcurrieron sin más, pero pasado ese tiempo empecé a pensar que quizá me había equivocado. Cuando llevaba quince o veinte segundos empecé a pensar que daba igual lo que hubiera abajo, la caída era demasiado larga como para sobrevivir. En ese preciso momento, el agujero por el que estaba cayendo dio paso a una caverna en la que pude ver una especie de termas. Golpeé pesadamente el agua y me sumergí. La profundidad de la piscina no superaba el metro, y aunque debía de haber caído de una gran altura, en ningún momento llegué a tocar el fondo con mi cuerpo. ‘Qué extraño’, pensé. Es como si algo hubiera detenido mi cuerpo una vez hubiera tocado el agua. Subí hacia la superficie, saqué la cabeza fuera y entonces pude ver claramente aquel extraño sitio. Parecían unas termas romanas pero estaban decoradas con lo que me pareció eran estatuas persas o egipcias. Había mucha gente, casi todo mujeres, tanto en el interior bañándose como en los alrededores conversando. Además, en el agua había un montón de viejas muñecas flotando a la deriva.