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Ternarias

La mecánica de los procesos de automatización computacional se ha hecho cada vez más invisible con el tiempo, ocultándose detrás de interfaces y cubiertas amables en las que prima la inmediatez sobre la consciencia. Por ello, comprender a grandes rasgos los fundamentos a través de los cuales se digitaliza, o codifica en dígito, nuestro lenguaje humano natural constituye necesariamente el primer paso hacia esa empatía de la que hablaba en el artículo anterior. La diferencia principal entre humanas y máquinas reside en la forma en la que unas y otras codificamos la información. Nosotras combinamos varios sistemas: una numeración decimal (de base 10), un alfabeto o una proporción de luz y pigmento; mientras que ellas convierten todo tipo de información a un sistema de numeración binario (de base 2). Esto es así porque el sistema binario facilita el almacenamiento, la transmisión y la implementación de funciones lógicas y aritméticas que son la “esencia” de toda máquina. De este modo, en la computación digital tradicional –que no la cuántica– todo se fundamenta en una valoración dicotómica, 1 o 0 (verdadero o falso), que se traduce en tensión eléctrica. Metafóricamente hablando, nuestra codificación primitiva en manuscritos y pinturas ha evolucionado hacia señales de energía que almacenamos de forma cada vez más compleja y compacta en la materia inerte y hasta viva (véase la obra bio-artística ‘Make Do and Mend‘ del proyecto FEAT). ¡Todo un salto!

Empecemos empatizando yendo a lo concreto y básico. El sistema de numeración binario se basa en dos dígitos (0 y 1), a diferencia del decimal que se basa en diez (del 0 al 9), y cada dígito tiene un valor distinto dependiendo de la posición que ocupa en la cifra. Con un número de dígitos menor al decimal, se requiere mayor cantidad de dígitos para expresar una cifra, ejemplo: 201810 (en decimal) es 111111000102 (en binario).

Un bit es un dígito del sistema binario y también la base del sistema de medida de la capacidad de almacenamiento de una memoria digital. Un bit, por lo tanto, puede representar dos valores o estados diferentes: 0 o 1; del mismo modo, dos bits pueden representar cuatro valores o estados: 00, 01, 10 y 11; y un byte (8 bits) puede representar 28 valores distintos. Un bit, en términos abstractos, es el conocimiento de cuál de los dos posibles estados que puede representar ha sucedido. Las secuencias de bits no solo codifican números, sino también palabras, imágenes, sonidos, etc. Dependiendo del contexto podemos saber que una cadena de bits determinada es, por ejemplo, una representación computacional de una expresión concreta de nuestro lenguaje natural.

Toda la información así codificada se procesa en el computador a través de operaciones lógicas y aritméticas en un circuito electrónico digital que lleva el nombre de Unidad Aritmético-Lógica (ALU, por sus siglas en inglés) y que forma parte de la Unidad Central de Procesamiento (CPU). Las operaciones lógicas (equal, not, or, and, etc.) consisten en asignar uno de dos valores (falso/0 o verdadero/1) a una combinación de condiciones expresadas a su vez con estos mismos valores según una tabla de verdad, ejemplo: la operación AND, que equivale a la conjunción ‘y’, solo da valor ‘verdadero’ al resultado ‘supervivencia de mi planta’, si previamente tiene valor ‘verdadero’ cada una de las dos variables ‘agua’ y ‘luz’, en las otras tres combinaciones posibles, el resultado es ‘falso’. Las operaciones aritméticas (suma, resta, multiplicación y división) se realizan con datos numéricos expresados en el sistema binario.

En este circuito se mueve la información en forma de energía eléctrica. La información entra y sale a través del circuito representada por niveles lógicos que corresponden a distintos rangos de voltaje (1/altos o 0/bajos). En términos generales, la información se traduce en electricidad en base a un sistema binario. Las operaciones quedan implementadas en el circuito eléctrico a través de unas compuertas lógicas que reciben y emiten información en función de una tabla de verdad que contiene todos los posibles estados y combinaciones posibles de entrada y el valor de salida que han de tener. De la complejidad de las operaciones depende por lo tanto el tamaño del circuito y su gasto energético. Como siempre, la virtud está en el equilibrio entre el espacio que se ocupa y la energía que se consume.

Así pues, desde mi punto de vista, en la era digital todo lo que ha significado y significa el ser humano se convierte o ha de hacerlo a un sistema determinista donde la “Verdad” ocupa dos únicos estados energéticos en oposición. Los procesos de conversión –sin comprender las implicaciones de la incertidumbre cuántica– son fundamentalmente lógicos. Aceptando todo ello, me asaltan preguntas como: ¿puede la lógica, la aritmética y una visión dicotómica del todo alcanzar la complejidad de nuestras percepciones y expresiones? ¿Hasta qué punto estas se modifican difuminando fronteras en el mismo proceso de diálogo que implica la codificación? (véase cómo cambia la experiencia artística con proyectos como WholoDance). Y cuando mi yo se convierta en energía y codifiquen en mi carne, ¿podré hablar con los árboles? (véase el proyecto Tree en Realidad Virtual). No me digan que ser digital no es apasionante.

 

En la próxima entrega nos adentraremos en la digitalización de las palabras.

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