Fragancia del subsuelo (P. II)
En la intensidad cegadora se esparció una fragancia, y uno de los entes etéreos se agitó en las ventanas. La fragancia se volvió espesa y cobró forma de burbujas. Todo el habitáculo se llenó de ellas hasta que llegó un momento en que desapareció el habitáculo mismo. Desapareció el subsuelo y las paredes arenosas. Tuve la sensación de día eterno, del día que atraviesa planos, donde ni siquiera la luz es blanca ni existe el tiempo inmóvil. Las burbujas se movían, pegadas unas a otras, como si el aire estuviese batido. Cada una reflejaba un mundo, o tal vez un ciclo. A veces se veían nidos vacíos. Otras, marañas de hilos.
De repente, un sonido de múltiples explosiones controladas y raíces. Había raíces por todo el espacio suspendido, como si el suelo fuera transparente. Tuve una intuición. Contemplé cada miembro de la comunidad, como si hubiese habitado en ellas. Todo se volvió estático.
De las raíces emergieron montañas, y entre las montañas se formaron valles, por los valles fluían ríos, explotaban manantiales, de las montañas nubes de fuego. Me acerqué a uno de los orificios que exhalaban ese vapor de rojo vivo, de acero incandescente, y fue como si un enorme túnel me succionase al interior de la conexión colectiva. En todo momento sentía una brisa cálida y envolvente que me hacía flotar. El túnel estaba formado por anillos que se sucedían ensanchando la abertura. No era un túnel opaco sino permeable, que se teñía gradualmente y con mayor intensidad de un color verdoso y amarillento de alta luminosidad. Volvieron las burbujas, esta vez incoloras, y pude ver cómo se juntaban a mi alrededor rompiendo sus frágiles barreras para hacer una gran membrana transparente que de repente se suspendió.
A mi alrededor, infinitos miembros flotaban en su propia burbuja ascendente formando tripletes en el mejor de los casos. En algunos casos unos entes intervenían en la formación profiriéndole gravedad, por lo que caían grácilmente, o simplemente se quedaban atrás.
Se juntaron a la mía dos membranas, que ascendían con delicadeza o se suspendían conmigo sin más. En una de estas, se contaba un cuento; en la otra, no podía apreciar lo que en ella sucedía, por lo que se comenzó a escuchar la historia, con principio y fin. Y empezaba así: en un llano pedregoso de un plano familiar, existía un cuadrúpedo que sabía caminar. Tenía nombre y un sentido pesar. Estaba rodeado de criaturas que él mismo describía y que siempre creía dominar. Una noche entró en una caverna donde otros habían encendido una inmensa hoguera en la hoguera ardían raíces, troncos y ramas. Parecía un árbol al que acababan de desconectar. De la combustión se dibujaban en la piedra sombras mágicas que bailaban sin cesar. Las sombras tenían distintas formas, que a su vez contaban la misma historia que la burbuja parecía relatar, se unían en círculos y cada vez era más fuerte el crepitar.
Las formas salieron de la piedra, cobrando dimensiones, y en un humo denso y negruzco escaparon de la caverna sin pronunciar palabra. Las perseguí fuera para ver qué hacían, y vi que se parecían a los seres etéreos de mi mundo, solo que habían tomado tanta presencia en el cuento que todo lo podían narrar. Desprendían una esencia primitiva que aquel cuadrúpedo sabía apreciar. El aire se llenó de chispas, soplaron vientos y rugieron fieras. Nada ese ser podía controlar, hasta que llegado el día, todo lo hizo disipar, y subido a las criaturas de su mundo diurno cabalgaba sin miedo queriendo volar.
Continúa: P. III
(Fotomontaje: #Faraón; Relato: #Avatar)