18
Ago
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Fragancia del subsuelo (P. IV)

Fragancia del subsuelo (P. I, P.II y P.III)

Estuvo hablando por horas o segundos, y cada frase parecía acercarme a lo que llamó mundano. Me explicó con paciencia: lo cotidiano es la ausencia de pregunta, y suele estar presente en lo mundano, que es la pregunta sin respuesta. Perderse en el Mundo es anclarse en la necesidad de respuesta. Tú entiendes de ciclos, por lo que esto tal vez te resulte algo ajeno, pero trata de retener la arena de tus paredes por un instante, ¿alguna vez has intentado olerla? Probablemente sea molesto, pero y si fuese polvo de ilusión, y si fuese partículas mágicas, de esas que al adherirse te hacen levitar, entonces tu colmena sería sueño en estado puro.

Quise retenerla para toda la eternidad de planos, pero se perdió en sus propios ecos, dejando ‘un silencio que habla a grito quebrado, un incendio cada mañana’, como decía aquel poema que me regaló una vez un extraño en una ilusión pasajera.

Así me quedé ante mi enjambre de redondeces, algunas decoradas, otras, como un reclamo, dando sentido al nuevo ciclo que comenzaba a experimentar. Quedé muda ante el reto, y supongo que si conociese el movimiento estaría inmóvil, o eternamente agitada, contemplando los orificios casi simétricos que me mantenían entre el aletear de las bandadas y la fragancia del subsuelo. Entonces, comencé a pensar en árboles, a sentir los árboles, a oírlos. Las raíces palpitaban, el rumor colectivo se presentía en cada despertar. Y la brisa, siempre la brisa.

Hasta que un día algo se posó sobre mí. No sabía qué era, no podía verlo, no necesitaba nombrarlo. Se fue. Así se sucedieron distintos seres, y comencé a tener sentido del espacio. Podía saber dónde estaba arriba y dónde abajo, y si era un lateral o la retaguardia. Algunas veces tuve hasta la sensación de moverme, como si quisiese hablar en una lengua extraña que todavía no comprendía o que no era primordial entender. Hoy he desarrollado unas ramas que terminan en hojas verdes, algunos brotes anuncian flores de colores y frutos dulces y amargos. Será que tendré semillas que esparcirán los entes etéreos y se agarrarán a los seres de vuelo perenne.

Tengo un sueño en el que aparezco en un desierto infinito rodeada de manantiales, con otros árboles, antes sin ramas, que exhalan ahora aromas de oasis. En la lejanía se vislumbran caravanas que vienen de países lejanos con seres cuadrúpedos que buscan sombra, bajan de sus criaturas con sus pesadas cargas para tocar por un instante agua y raíces. Yo soy palmera de tallo largo, soy una hormiga, soy elefante.

En el sueño recurrente, el sentido no lo da el tiempo sino el caudal. De ahí que en algún cuento se diga relativo y en otro eterno. Mientras corren ríos profundos, la conexión es global. Y así me muevo en mi propia savia que entra en el espacio virtual. De nuevo floto, de nuevo el triplete y ascendiendo sin final.

Continuará una última vez: P. V

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