El Corazón Derecho
Miraron debajo de la cama y no estaba. Sabían que no había salido de la habitación porque tuvieron que desarmar el cerrojo para entrar y la habitación no tiene ventanas. ¡Qué horror! ¿Cómo pudo estar allí tanto tiempo? ¿y por qué se había encerrado?
El patio de la casa estaba alborotado, los perros habían peleado ferozmente por la poca comida que les echaban los vecinos a través de la verja. ¿No le molestaban los ladridos? ¡Ah!, cierto, que no había ventanas. El único acceso al mundo era un PC antiguo que acumulaba polvo en una esquina y que navegaba sobre un buen ancho de banda. ¡Qué irónico!
En la mesilla, al lado de la cama, un marcapasos encendido. ¡Con lo joven que es! No tiene sentido. Sobre el colchón, una gran mancha de humedad, como si un cuerpo se hubiese licuado. La única certeza en el lugar es el olor a incendio, uno de esos que no producen humo, ni tienen foco, y que se apagan solos.
Hay un sonido incesante de latido, que parece nacer de las paredes, insoportable. Sobre el espejo grande del armario, una silueta dibujada con cera blanca y un corazón bosquejado. ¡Qué raro! No es un reflejo, está en el lado equivocado. ¡Lub-dub! ¡lub-dub! ¡lub-dub! Ensordecedor.
La luz del pasillo parpadea con arritmia sin llegar a apagarse. Se siente una corriente súbita cargada de esencia férrea. La impresora se pone en marcha e imprime un cardiograma en papel continuo, única evidencia de que jamás haya existido. FIN