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Los 7 Pecados de Gea: Cap. IV. Velda

Parte 5 de 8 (véase 4 de 8 aquí)

Tres mil años después las llanuras del norte de Europa estaban completamente desiertas y la vida animal y humana se concentraba en el sur. Velda, su compañero y sus tres hijas vivían con su horda en una base permanente al norte de España en las montañas de Cantabria. Permanecían allí todo el año, cazaban animales en los bosques y los bisontes que pasaban el verano en las mesetas del sur. De modo que los hombres tenían que alejarse durante dos o tres semanas en sus expediciones de caza. El compañero de Velda era un gran cazador y siempre volvía con abundante carne para llenar la despensa. Durante su ausencia ella salía a buscar comida en los bosques colindantes. La noche era terrible, cuando todos los hombres de la horda salían a cazar, las mujeres se sentían vulnerables. Los leopardos aprovechaban cualquier descuido. A veces se quedaban dormidas y la hoguera se apagaba, entonces las bestias entraban sigilosamente en la caverna y robaban a los niños del lecho de sus madres, y estas no se daban cuenta hasta la mañana siguiente, era algo terrible. Velda no podía descansar lo suficiente cuando su compañero estaba fuera. Al caer la noche, acurrucaba a sus hijas en un rincón de la cueva, encendía la hoguera y se despertaba constantemente para asegurarse de que el fuego no se apagaba. A menudo veía la luz de la hoguera reflejándose en los ojos de animales que acechaban en la oscuridad.

Velda era una artista, tallaba hermosos y delicados adornos de hueso y de marfil de mamut cuando podía conseguirlo. Su gran ambición era pintar las cuevas ceremoniales. Su abuelo lo había hecho y ella quería seguir sus pasos. Pero para eso no sólo debía tener talento, sino también poderes sobrenaturales, o descender de una estirpe de magos. Había tallado y pintado un precioso lanzador de jabalinas ornamentado para su hombre pero no era para cazar, lo llevaría consigo en sus ceremonias nocturnas antes de las cacerías. Él nunca regresó. Los hombres habían vuelto de las montañas sin él. Tras cazar un bisonte, decidió que ya tenía suficiente carne para volver junto a su familia y que podía regresar sólo. Los hombres de inmediato salieron en su busca. Él era un cazador experimentado y conocía muy bien la zona, no podía haberse perdido. Su cuerpo fue encontrado en lo alto de la montaña, frente a una caverna que utilizaban para cazar íberos. Yacía descuartizado y ensangrentado, con el cráneo aplastado y la cara irreconocible. A pocos metros, encontraron el cadáver de una enorme hiena atravesada por una de sus lanzas. Había sido atacado por una jauría de esas voraces bestias y sus dotes de cazador no fueron suficientes para salvar su vida. Los hombres tomaron el cuerpo y lo depositaron en una grieta de un pequeño afloramiento rocoso cubriéndolo con piedras.

Velda lo lloró amargamente. Y se dio cuenta de que a partir de ahora su vida sería mucho más difícil. Tenía que cuidar de tres hijas y hacer eso sin un hombre era algo prácticamente imposible. Tampoco quería tomar a otro hombre como compañero, así que decidió sobrevivir por sí misma. Trabajó con todas sus fuerzas durante ese invierno recolectando bayas y frutos del bosque, y cuando llegó el otoño no les faltó la comida. La caza del bisonte había tenido mucho éxito y los salmones abundaban en el río que pasaba cerca del campamento. Los miembros de la horda eran muy generosos con ellas y Velda les daba a cambio pequeños amuletos mágicos que tallaba cuidadosamente: un bisonte de marfil para las cacerías, un pez para vadear el río y otros objetos semejantes. Empezó a ser muy conocida por sus trabajos incluso en los intercambios con las otras hordas. Y a los treinta años consiguió cumplir su sueño. Le permitieron decorar parte de una caverna ceremonial, algo que anhelaba desde su infancia.

De este modo sus hijas sobrevivieron, crecieron y encontraron compañeros. Dos de ellas acabaron abandonando el campamento, y la tercera se quedó con ella en la caverna donde se había criado.

Velda murió apaciblemente mientras dormía a la edad de treinta y ocho años. El agotamiento y la vejez la habían consumido. Su hija descubrió su frío e inerte cuerpo. Junto a él yacía un precioso objeto tallado, un lanzador de jabalinas.

Los descendientes de Velda atravesaron Europa occidental hacia el norte, hasta alcanzar la tierra más lejana a la que se puede llegar, la punta de Escandinavia.

Continúa y termina: Cap.s V, VII y VII

(Zaragoza, 2005)

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