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Los 7 Pecados de Gea: Cap. III. Helena

Parte 4 de 8 (véase 3 de 8 aquí)

Poco Tiempo después las temperaturas bajaron aún más, y el hielo avanzaba hacia el sur cubriendo gran parte de Europa . El mar Báltico y el mar del norte estaban permanentemente helados, y en invierno hasta el Atlántico se congelaba. La tundra empezaba a ocupar gran parte del continente, obligando a las hordas a replegarse hacia los Alpes y los Pirineos, y muchos hacia el litoral mediterráneo, la costa y los bosques que se extendían tras ella eran un lugar aceptable para vivir. La horda de Helena vivía allí. Y todos los años a finales del verano iniciaban un largo viaje hacia el interior, atravesando el bosque hasta la tundra en dirección al valle del Dordoña, en Francia. Allí se instalaban en una de las numerosas cuevas, al igual que otras hordas, y esperaban a los renos que todos los años cruzaban el río dejando atrás sus pastos de verano. Pero aún faltaba tiempo para eso, y la horda mientras tanto, estaba ocupada con los preparativos. El padre de Helena se sentaba en la puerta de la cueva y trabajaba en sus nuevas puntas de lanza, era un experto haciendo armas e instrumentos de lascas de sílex y astas de reno. Sus instrumentos de asta tenían muy buena reputación y a veces los intercambiaba con otros hombres por bloques de sílex. Helena había heredado su talento y estaba aprendiendo a hacer agujas de asta para coser. Su madre tenía una destreza especial como costurera, y estaba confeccionando un vestido de piel para Helena. Le tomaba las medidas con una larga tira de piel de ciervo. Luego disponía las piezas, y las cosía con una aguja de asta y una tira de tendón de reno. Las prendas estaban bien ajustadas y forradas de suave piel de ardilla o de liebre. De este modo se protegían perfectamente de las bajas temperaturas invernales.

El momento de la cacería ya estaba cerca. Y en la noche de luna llena, los cazadores entre los que estaba el hermano de Helena por primera vez, tras pintarse la cara con ocre rojo y ennegrecer sus cuerpos con el carbón de las hogueras, subieron un precipicio del valle hasta una estrecha apertura tapada con una piedra circular. Penetraron en fila en un oscuro pasadizo que profundizaba en la montaña. Portaban silenciosos sus velas de grasa de animal, sólo se oía el sonido del agua goteando desde el techo. Llegaron a una amplia caverna donde tres grandes estalactitas colgaban al encuentro de tres estalagmitas que crecían desde el húmedo suelo, y atravesaron la cámara siguiendo un camino ascendente que salía de ella a un pasadizo elevado. Allí se detuvieron; bajo la tenue luz de las velas se vislumbraban numerosas formas de animales salvajes; bisontes, caballos, renos y toros cubrían la parte superior de las paredes. Las pinturas eran tan reales, que cuando los cazadores las miraban fijamente parecían moverse. Nadie sabía quién las había realizado, sólo conocían la silueta de la mano del artista que estaba aerografiada sobre la pared con hollín. Los animales empezaron lentamente a salir de las paredes y a cobrar vida, y los cazadores excitados levantaron sus lanzas y comenzaron a gritar amenazadores llenando la caverna de agitacn. Invocaban la magia en una matanza ritual para que les brindase el éxito el día de la cacería. Poco después las voces se apaciguaron, los hombres se calmaron y emprendieron el camino de vuelta. Ya en el exterior, el aire frío les despejó las mentes y pudieron discutir algunas estrategias para asegurar plenamente su triunfo. Los renos llegaron una semana después pero desgraciadamente no tuvieron tanto éxito como esperaban. No pasaron muchos animales por el estratégico lugar donde la horda de Helena solía cazar y la matanza fue escasa. Con la falta de alimento, el invierno sería duro y si conseguían sobrevivir volverían de nuevo en otoño con la esperanza de tener mejor suerte.

El hermano de Helena murió pocos años después pisoteado por una manada de caballos salvajes a los que sus amigos y él habían tendido una emboscada. El padre murió diez años después tras presenciar el nacimiento de su primera nieta. Y la madre contrajo artritis en sus dedos, lo que le impedía seguir con sus labores de costura. Un año después se le había extendido hasta las rodillas y los tobillos causándole la muerte. Helena tuvo dos hijas más y vivió hasta los avanzados cuarenta y dos años pudiendo ver el nacimiento de sus nietas. Su clan fue el más poderoso de los siete y llegó a poblar hasta el último rincón de Europa.

Continúa: Cap. IV. Velda

(Zaragoza, 2005)

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